Hola, me da muchísima emoción darte la bienvenida a mi nuevo blog. Llegar aquí me tomó 43 años y estoy muy contenta de que por fin haya llegado el momento en que pueda compartirte lo que he podido ver y aprender de la Naturaleza en este tiempo.
Este blog no es sólo una idea mía, sino el seguimiento de un consejo que me dieron dos de los seres que más me aman y creen en mí: Mi mamá y mi gurú-gato Satya. Ambos me dijeron que muy poca gente puede entender lo que yo comparto con el mundo, pero que esa poca gente podría beneficiarse muchísimo de lo que yo comparta. También ambos coinciden en que en el futuro, más gente podrá entender estas palabras y sanarse a través de ellas. Entonces, este blog es para ti, que me lees hoy o que estás viajando desde el futuro hacia mi pasado, para encontrarnos en la eternidad de la Vida. De cualquier manera, estos mensajes son atemporales, creados por la Naturaleza y resguardados entre sus piedras, debajo de las hojas de las plantas y en el brillo del Sol.
Y es que justamente, este blog se trata de mi relación consciente con la Naturaleza. De la recopilación de todos esos mensajes que la Naturaleza me comparte y que yo traduzco en palabras humanas para ti. O sea que mucho de lo que leas aquí no será escrito por mí, sino un mensaje de la Naturaleza transcrito por mi. Podría sonar muy bonito si te digo que este blog es un blog escrito en colaboración con la Naturaleza, aunque en realidad es más preciso decir que este blog es dictado por la Naturaleza y que yo soy solamente su escriba-secretaria que toma nota.
Pero para que todo esto se entienda mejor, tal vez debería primero presentarme y decirte de qué se trata toda esta locura, y de cómo empezó mi aventura con la Naturaleza.
Yo soy Ivonne Casillas. Estudié Comunicación en la Universidad Iberoamericana y hoy me dedico a enseñarle a la gente cómo conectar de forma sagrada con la Naturaleza. Mi educación fue como la de la mayoría de las personas de clase media: Nací en una ciudad, cursé todos los grados escolares, fui a la Universidad y trabajé durante 12 años en un corporativo, donde me dedicaba a la comunicación y a la creatividad. Pero mi historia también tuvo un lado B muy poco común: Desde niña podía ver cosas que nadie veía y podía entender a la Naturaleza en formas que muy poca gente de mi sociedad podía entender.
Desde niña para mí era lo mismo hablar con un ser humano, que entenderme con un animal o una Montaña. Para mí todo estaba vivo, pero aparte todo era consciente. Podía recibir mensajes del Sol, de las Montañas, de los Ríos… de toda la Naturaleza. Estar en la casa de mis papás significaba convivir con los humanos y con los perros por igual, todos eran mi familia y con todos tenía conversaciones.
Te podrás imaginar lo diferente que era mi mundo, del que podían ver o habitar mis familiares humanos.
Este lado B o camino de vida alternativo no estaba trazado, ni definido. Yo sabía que era diferente y que venía a hacer algo diferente. Pero, ¿Cómo? ¿Por dónde? ¿Y cómo se estudia eso que yo ya era? ¿Cómo lo acomodaba en el mundo? Por muchos años sentí que este aspecto mágico de mi personalidad iba a ser sólo mío, como un secreto o un anhelo guardado en mi alma, una nostalgia sólo mía que se iba a hacer sentir cada vez que yo volteara a ver cualquier paisaje. Y sobre todo, creía que iba a tener que someter esa parte espiritual de mi ser para poder pertenecer a una sociedad, para tener amigos, tener una profesión y poder crearme una vida.
Por suerte, la Madre Tierra Divina me enseñó que no era así.
Desde más o menos los 13 años de edad estuve investigando sobre cursitos de espiritualidad: Que si los Ángeles, que si los Egipcios, que si los cuarzos… yo le entraba a todo, con tal de encontrar respuestas. No puedo decir que realmente algo de eso me haya servido de mucho, más que para confundirme más y para reconocer rápidamente cuando estaba cayendo en eso que yo siempre había escuchado nombrar como “sectas”, con voz de quien habla de un tema tabú en las reuniones familiares.
Pero la gran iniciación sucedió a mis 17 años, cuando viajé a Huautla de Jiménez, en la Sierra de Oaxaca. Desde que llegué al pueblito sabía que estaba en un lugar diferente, pero diferente para bien. Había cierta magia en la montaña, no sé si era la neblina o que las mujeres indígenas me sonreían y me hablaban en Mazateco y yo les entendía. Me decían que me parecía a ellas, y me insistían muchísimo para que me sentara a tomar un café con ellas en los zaguanes de sus casitas. Fui y vine varias veces, siempre sintiéndome como una más. Solía quedarme en casa de Don Filogonio, un hombre que vivía con su esposa y nietos en la parte más alta de la montaña, y que tenía ojos que parecía que sabían todo de ti y tu historia en cuanto te veía. En todos esos ires y venires para visitar a Don Filo, participé en ceremonias donde el Espíritu de la Madre Cósmica me hablaba, las primeras veces para sanarme y después, para darme el mensaje que literal me tumbó a la Tierra.
En esa sesión yo estaba retorciéndome de dolor y creía que me iba a morir, y peor aún, que mi mamá me iba a matar por haberme ido a morir a la cabaña de un indígena en la sierra de Oaxaca, sin permiso. El dolor que sentía en el cuerpo era indescriptible y lo único que logró calmarlo fue tenderme panza abajo sobre el piso de tierra de la cabaña. Y entonces la Tierra me habló: “Mijita, este dolor que sientes no es tuyo. Te lo voy a quitar, pero tienes que acordarte: Este dolor es el que sienten muchísimos seres en la Tierra, los animales, los ríos, los árboles. Tú vas a trabajar para mí y me vas a ayudar a quitarles el dolor”. Creo que hasta la fecha recuerdo el alivio tan grande que sentí cuando el dolor físico se me iba resbalando fuera del cuerpo y al mismo tiempo, el pánico que empezó a darme el recibir ese mensaje. Me regresaron todas las dudas que me llenaban la cabeza cuando era niña: ¿Y eso cómo se hace? ¿Con quién se estudia? ¿Por dónde empiezo?
Recuerdo el camino de regreso a Oaxaca centro en el camión, en esa época creo que se hacían unas 8 horas por un camino todo de curvas, al lado de un acantilado. Yo me fui muda todo el camino, viendo la barranca por la ventana y pensando: “Y eso cómo se hace?”
Me tomó unos 13 años más estar lista. Entre estudios más profundos, nuevos Maestros, más viajes, más ceremonias en otros lugares y más encargos casi imposibles de la Tierra. Pero todo fue tomando su lugar y en algún momento pude renunciar a mi trabajo en el corporativo, renunciar a la idea de ser igual a la mayoría de la gente de mi sociedad y tomar el valor de “salir del clóset espiritual” para poder ser yo, la que había venido a ser.
Hoy tengo 13 años dedicándome de manera profesional a servir a la Tierra, dedicándole mis días y mis horas. Todavía no sé si he logrado cumplir la misión de ayudar a aliviar los dolores del mundo. Lo que sí sé, es que la Tierra me ha ayudado a mí a quitarme los míos.
Espero que en todo esto que yo pueda compartirte ayude a quitarte los tuyos también. Al fin de cuentas, creo que si me estás leyendo, es porque posiblemente nos duele lo mismo.
Te espero a la siguiente para seguirte contando, con un cafecito como ese tan delicioso que me tomaba con las viejitas de Huautla.